En los umbrales del año 2000, 189 países firmaron la llamada Declaración del Milenio, acuerdo promovido por los organismos internacionales que obraron como ejes unificadores de las políticas educativas globales, si bien hubo diferencias de metas, ya que los países desarrollados, más avanzados en la escolaridad, pudieron plantearse objetivos con otros alcances y mayor autonomía. No obstante las desigualdades existentes, imperó un proceso de unidad mundial en términos amplios y hubo una concertación satisfactoria para armonizar formas de organización y gestión educativas.
En relación con América latina prevaleció el consenso logrado en 1981, cuando se aprobó el Proyecto Principal de Educación, que definió los objetivos de formación básica para la niñez y, entre otras metas significativas, promovió la mejora en la calidad de la enseñanza. Esas aspiraciones se reafirmaron en la Cumbre del Milenio, en el inicio del siglo XXI, cuando se acordaron políticas comunes que estimularan el acceso universal al sistema educativo, lo que llevó a fortalecer la igualdad de género, es decir, la incorporación de la mujer en la enseñanza obligatoria, en países que todavía no lo habían instituido.
En la solemne y promisoria Declaración del Milenio, la Argentina se comprometió a lograr en la primera década de la actual centuria que todos los niños y adolescentes completarían diez años de educación básica (sumando los años de la primaria y los tres primeros de la escuela media) y para 2015 esa meta se ampliaría, también de modo universal, a fin de que todos los alumnos completasen la enseñanza media. Cumplida la primera década, la tasa neta de escolarización progresó del 78,4 por ciento en 2001 al 85,4% en 2010, mejora insuficiente en relación con la meta formulada. El otro compromiso, proyectado para 2015, ha tenido un avance más escaso, ya que en 2001 la tasa de escolarización era del 53,6% y en 2010, a un lustro de la fecha límite, esa tasa sólo alcanzó el 54,5%, distante también de la obligación que fijó la ley 26.206
06. En síntesis, hasta hoy sólo el 44% de los alumnos concluye el secundario en tiempo y forma; un 10% lo cierra tardíamente, entre los 20 y 24 años, y más de un 40% de jóvenes abandonan o desertan sin completar el ciclo.
Idesa, centro de estudios que actualizó la información comentada, hizo notar que los magros resultados alcanzados por nuestra enseñanza sorprenden más si se considera que la inversión educativa, a partir de la sanción de la ley de financiamiento educativo de 2005, creció gradualmente hasta representar en la actualidad el 6,7% del PBI nacional, lo que supera con amplitud el financiamiento de cualquier otro país de la región.
Se hace evidente una vez más que no basta con el incremento de la inversión para asegurar una matrícula cuantitativamente plena y un nivel satisfactorio de calidad. Es mucho lo que hay que hacer para elevar las condiciones de la escolaridad de manera que la oferta educativa atraiga y dé sustento al porvenir de los alumnos. También es menester redoblar la lucha contra la pobreza que sustrae apoyos y recursos para que los menores estudien y dejen de transitar por las peligrosas vías de la exclusión social..
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